El viernes pasado salí con mi compañero de piso y unos amigos suyos por la zona de Malasaña*. Estuvimos en un par de pubs, y en el último ponían música de los Rolling y Janis Joplin en vinilo, y además no parabas de ver carnavaleros disfrazados de las cerezas de
Pachá,
11811’s o
Storm Troppers.
Ya a la vuelta, de camino a San Ginés para tomarnos los churros, decidimos subir por Fuencarral en dirección a Gran Vía, para luego bajar por Callao hasta Sol. Mientras subíamos por Fuencarral, me di cuenta de que estábamos pasando justo por el sitio dónde G. y yo nos conocimos, en una esquina que está enfrente de una tienda de Vértigo.
El caso es que después de estar un rato pensando en ello mientras caminaba, me di cuenta de que habían pasado nada menos que tres años y medio desde aquel día, y que hacía ya más de un año que se acabó la historia con H.
Y es que haciendo recuento veo que, en los últimos tres años, he vivido en cinco casas distintas, he viajado a tres países (cinco si contamos las "excursiones" a Portugal y la Rep.Checa) y he trabajado para otras tres empresas aquí en Madrid.
Sin embargo, todos los recuerdos se me agolpan unos con otros, como si no llevase aquí más de un año y cómo si todo eso lo hubiera hecho sólo durante el último verano.
Aún así, me siento como si llevara aquí toda la vida, como si nada hubiera cambiado desde el mes de enero en que llegué.
Supongo que eso quiere decir que me
ya siento como en casa.
* Malasaña es un barrio de Madrid conocido por su ambiente nocturno, que es algo alternativo.
Etichette: noche, reflexiones